Sueño de vals cuento de Franccis Yoshi Kawa
Sueño de vals cuento de Franccis Yoshi Kawa
Sueño de vals
Hojas secas flotando en el aire otoñal. Restos de pasión primaveral. Momentos de
felicidad en una fotografía antigua. Recuerdos que no mueren.
Odiaba ser llamada de abuela. Pensaba que era demasiado joven para que la
llamen así. Ella había enviudado de un marido mucho mayor. Sólo cambió de opinión
cuando su nieto comenzó a balbucear la palabra abuela. A medida que crecía, empezó a
mimarlo, tolerando todo lo que hacía. Un buen día olvidó la caja fuerte abierta y el niño
esparció el contenido por la casa. Rompió el collar de perlas e hizo su juguete con otras
joyas. La abuela perdió el control y le gritó al niño.
Se perdió algo importante. ¿Qué sería? un rubí? ¿un diamante? Las personas que
vinieron a ayudar querían saber qué era. Como si hubiera dicho algo que no debería
haber dicho, desvió la conversación. Dijo que era mejor olvidarse, pero ya era demasiado
tarde para volver. Ya no podía deshacer lo dicho. Todos sintieron la vergüenza.
Conjeturaron que ocultaba algún secreto. El objeto, además de su valor intrínseco, tenía
algo que no quería decir. Tal vez un regalo, un recuerdo del difunto esposo.
Plantearon la posibilidad de que el objeto hubiera sido sustraído. Al ser algo de valor, se
debe llamar a la policía, reclamar al seguro o incluso contratar a un investigador. El
pequeño incidente estaba saliendo de control. La abuela, preocupada por la repercusión,
quiso silenciar el asunto. Reunió a sus familiares y les pidió a todos que olvidaran el
episodio, pero el efecto fue todo lo contrario. Cuanto más intentaba silenciarlo, más
aumentaba el alboroto.
Era una familia ruidosa, alegre y complicada. Por lo general, peleaban cuando se trataba
de fútbol y últimamente por política. En ese momento olvidaron sus diferencias y se
juntaron para averiguar de qué se trataba. Fue unánime averiguar qué había sucedido.
Existía la posibilidad de que el chico se hubiera tragado lo que fuera. A pesar de la
negativa del niño, lo llevaron a un hospital para un examen de rayos X.
Bajo presión, la abuela no tenía salida. Avergonzada, confesó que el objeto perdido
era un marcapáginas. Punto final. Pensó que el asunto estaba terminado. Ojos curiosos la
miraron con el rigor de una inquisición. ¿Marcador de página? ¿De qué estás hablando?
Entonces la abuela se dio cuenta de que no bastaba confesar, tendría que explicarse. ¿El
tal marcador sería una rareza? ¿Una obra maestra? ¿Un marcapáginas de oro? La
historia se estaba volviendo intrigante, interesante.
La abuela cada vez más avergonzada se retiró, enfurruñada. Ya había confesado y
nadie tenía derecho a invadir su privacidad. Los teóricos de la conspiración conjeturaron
docenas de hipótesis descabelladas. Los románticos eran peores. Seguro que ese
marcapáginas fue un regalo de alguien. Imaginaron historias de amor y se conmovieron.
¿Cuál fue esa historia? Las personas más cercanas le pedían: -¡Abuela, por favor,
díganos!
Hasta ese momento, la trayectoria de la vida de la abuela era transparente y hermosa
como si fuera un cuento de hadas. El viejo cuento de una niña pobre que encontró a su
príncipe azul. En este caso el príncipe era el abuelo, ya fallecido. Siendo viuda, no sería
una vergüenza para ella tener un nuevo amor. ¿Y si era del pasado, antes de que
conociera a su marido? No sería una historia de traición. Sería una hermosa historia de
amor que no se desvanece con el paso del tiempo. ¿Es posible que un amor dure
décadas y más décadas? ¿Por qué no? La sonrisa y la juventud congeladas en una
fotografía nunca envejecen, ni el alma congelada en un capullo. ¿Por qué sería culpable
de mantener vivo un recuerdo? ¿Por qué tendría que disculparse por amar a alguien?
Pero, nadie quería que ella se disculpara. Solo querían ayudarla a encontrar el preciado
marcapáginas. Reportar al seguro el objeto perdido. Dado el tamaño del desastre, debe
ser algo muy valioso. Seguramente figuraría en la lista de bienes asegurados.
Finalmente, emocionada, aclaró que el tesoro perdido era un envoltorio de bombón
sueño de vals. Sí, ese marcapáginas era un envoltorio doblado de un bombón, un regalo
de alguien que fue su primer amor. Un simple trozo de papel de colores doblado y
convertido en un marcapáginas. Tenía el olor a chocolate que la hacía recordar los dulces
momentos de la adolescencia.
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